Dos historias para aprender

MARÍA DE LAS MERCEDES RODRÍGUEZ PUZO

PENTAX ImageLleva más de 30 años lejos de las aulas y aún mantiene el aire de educador. Su hablar cadencioso, la manera de mover las manos para dibujar las palabras cautivan a quienes se le acercan esperando conocer la historia de este hombre, que recién se sumó a la lista de longevos santiagueros.

Raúl Roberto Piseaux Despaigne cumplió 100 años el 23 de marzo. Llegó a esa edad con la humildad que heredó de sus padres Josefa y Pedro, y cierto atractivo extraño, huella de sus tiempos mozos. De niño estudió violín en la otrora Academia de Bellas Artes, aunque lo suyo era realmente la pelota. Recuerda la alegría al correr hasta primera base mientras los amigos le gritaban ¡Chumbo, dale!

Creció, comenzó a trabajar de mensajero en la Radio Corporation. Juró superarse y lo hizo: terminó el bachiller en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba, se especializó como radiotelegrafista y matriculó en la Universidad de La Habana. Tras cuatro años de viajes a la capital se graduó de Doctor en Pedagogía.

Las aulas de las escuelas primarias El Caney, El Escandel, Pepito Tey; de las secundarias Maceo Osorio y Otto Parellada atestiguan sudevoción al oficio de instruir. También ejerció en la Escuela de Comunicaciones y en la del Ministerio del Interior.

Lejos de Raúl encontramos a otra longeva, cargada de historias y sentimientos. Su nombre es Claudina Infante Amador. Por momentos parece distante, desanda entre sus recuerdos, tantos como se puedan albergar en los 103 años que ha vivido.

100_1309En su hablar bajito, la anciana, apodada Canín, cuenta sus orígenes. Nació en Alto Songo el 20 de marzo de 1911 y junto a sus nueve hermanos conoció la pobreza. Rememora con nostalgia su infancia, cuando se ponía brava los Días de Reyes al recibir en lugar de los añorados juguetes una plancha de carbón, jabones o una escoba de madera.

Ya casada y siendo madre adoptiva de cinco niños recibió de la vida una mala jugada. El 17 de septiembre de 1958 el horror entró en su morada, sita en la calle Moncada #67. Su sobrino Roberto Infante Pascual, guerrillero del Ejército Rebelde, bajó a la cabecera municipal de Alto Songo acompañado por otro joven, con el objetivo de arrebatar armas a los soldados de la tiranía de Fulgencio Batista, que custodiaban camiones de mercancías.

Durante el asalto resultó herido en la cabeza y la espalda. Corrió a la casa de su tía, quien le prestó auxilio. Un rato después apareció la policía. Claudina y su hija Cucha abracaron al muchacho. Entre gritos pedían Por favor, no lo maten. El cabo Manuel Muñoz se los quitó de los brazos y lo ametralló dentro de la casa, frente a ellas.

Pasó el tiempo, triunfó la Revolución y Canín comprendió que la muerte de Roberto no fue en vano. Se sumó a la sociedad naciente, dando lo mejor de sí como cederista y federada, y educó a sus hijos para que fuesen personas de bien.

Hoy miro a estas personas y me maravillo con sus historias, marcadas por el paso del tiempo, impregnadas de múltiples recuerdos que ya empiezan a borrarse. Ambos nos enseñan que la belleza de la longevidad.

 

 

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