Aída Quintero Dip
Santiago de Cuba es la ciudad cubana donde no hay una piedra que no haya sido lanzada contra el enemigo, donde señorea el heroísmo y la rebeldía de su pueblo. Quién no siente orgullo de vivir en su hermosa geografía?
Es una de las primeras siete villas de Cuba, que siempre está, nunca falta, más bien trasciende, y cada día me sorprende, a pesar de la advertencia del poeta Navarro Luna: “Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada”.
Abundan testimonios que lo atestiguan. Por acuerdo del Consejo de Estado, se le otorgó merecidamente el Título Honorífico de Ciudad Héroe de la República de Cuba que reconoce su significativo aporte a la libertad de la Patria y la consagración de sus mejores hijos e hijas a esa causa, pero antes fue bautizada como la Cuna de la Revolución, un calificativo que indica que por allí nació la epopeya.
Pero esta tierra se distingue también por sus puertas siempre abiertas a la guitarra y sus casas que nunca se cerraron para dar abrigo a los jóvenes perseguidos por sus acciones revolucionarias en tiempo de clandestinaje. Motivos más que suficientes para venerarla y para que alrededor de ella se haya tejido una leyenda.
Laureles y características que imprimen un sello especial a una urbe añeja y rejuvenecida al calor de las acciones para saludar el aniversario 60 de la gesta heroica del Moncada, el 26 de Julio.
Fundada el 25 de julio de 1515 por el Adelantado Diego Velázquez, mucho se ha hablado y escrito de su obra, de su historia, como las famosas Crónicas a Santiago de Cuba, de la autoría de Emilo Bacardí, su primer alcalde, que en una de sus más conocidas valoraciones la calificó de muy noble y leal.
Me enorgullece también esa otra frase de rebelde ayer, hospitalaria hoy y heroica siempre, que la simboliza para todos los tiempos ante los ojos de Cuba y del mundo. Cada uno de los nacidos en esta tierra lo asume, además, como un elogio a su persona.
Todas esas lindas canciones que le cantan a la ciudad, los poemas que la enaltecen y las palabras de cariño que le dedican sus hijos legítimos y personas de diversas latitudes, han nacido de ese amor de su gente, y del respeto de quienes no viven aquí pero la aprecian por su proverbial hospitalidad.
Ese sentimiento solidario nació de la necesidad de servir, de ser útil a los demás; no es una imposición ni una carga, es un don manifiesto que cada santiaguero lleva con orgullo descubierto.
Como la niña de los ojos se cuida esa virtud, que tiene mucho de tradición y puede traducirse en ese buchito de café que el vecino te brinda a plena mañana o al atardecer, o el consejo que te piden sobre la hija o el nieto que tuvo algún problema, con la confianza de que estás analizando un asunto en una verdadera familia.
Un ser jaranero y jovial, de espíritu emprendedor, alegre hasta en tiempos de adversidad y necesidades materiales, con el chiste a flor de piel para hacer de la vida un acontecimiento placentero y feliz, colaborador sin otra cosa a cambio que no sea la felicidad de servir: así es el santiaguero y la santiaguera, una estirpe de la que me honro en pertenecer.
Cuánta razón Navarro Luna: «Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada».
Una ciudad que vuelve por sus fueros con objetivos sublimes y compromisos de pulcritud
Santiago linda y pura como la recuerdo